Estoy en la cama, son las 9:50 del viernes 19 de enero del
2018, en breve me iré para Churriana. Mi madre acaba de informarme que está muy
nublado, solo espero que no me llueva por el camino porque voy cargado como un
borrico.
Y mientras reposo y me recochineo en la cama que es lo mejor
que se puede hacer en las mañanas de invierno, me acuerdo del pasado miércoles
17 de enero del 2018.
Ese miércoles Anai y yo quedamos para limpiar nuestras conciencias y perdonar nuestras culpas. Y esto lo hicimos ensayando, solos, en mi
casa. Después del desastre del pasado viernes, algo teníamos que hacer y fue
ensayar.
Quedamos a las 11:30 en mi casa, aunque Anai pasó por mi
puerta a las 11:10, no pegó hasta las 11:40 pues estuvo casi media hora para
aparcar.
Una vez en casa, empezamos con la tarea, organizamos y
repasamos mi ropa y la suya, los cambios de vestuario e hicimos dos pases de la
pieza uno a la italiana y otro tal cual.
Tenemos la pieza tan repasada y trillada que salió de lujo,
pero creo que le faltó o le falta fuelle, no sé cómo explicarlo, le falta vida,
naturalidad, disfrutar el texto de verdad y no como robots. Yo creo que lo que
nos falta es concentarnos bien y meternos en los personajes antes de empezar.
Bueno pues tras esos pases una tapita a base de jamón, queso
y piquitos que nos puso mi mamá y fin.
Me encantó volver a ver a Anai en casa, volver a ensayar
juntos, solos, como hacíamos antes. El hecho de estar el uno con el otro y para
el otro es especial. Me encanta verla hablando con mi madre, sé que ambas se
admiran y eso me encanta también. No sé, me gusta sentirla dentro de mi familia,
y eso que yo soy poco sociable, pero es que ella lo es, porque siempre andamos hablando
de ella, comentado cosas, le tenemos cariño, es una más.
Vamos que la quiero mucho, bueno me voy a poner, ya, en
marcha.
Plan de hoy: cuando esté en escena voy a ser natural olvidarme de todo
y disfrutar de Anai como si estuviéramos solos.
Arisco eres.
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