Cuando me recogió Anai, en el coche, en la puerta de casa, porque tenía que llevar parte de la escenografía y del vestuario, le conté toda mi retahíla de enfermedades y Anai me dijo que tampoco andaba muy católica.
Pero pese a ello, todo ocurrió muy rápido. Durante el viaje repasamos texto y nada más llegar, Anai subió a casa para coger cosas y yo me puse a terminar de montar la escenografía, colocar algunas sabanas y mantas que necesitábamos, ordenar y organizar todo.
Cuando acabé, la habitación quedó tan clara, tan limpia, parecía mucho más amplia, me gustó mucho, todo eso me dio mucha seguridad.
Una vez listo, me tumbé en el sofá, forrado de blanco, vistiendo la mitad de mi vestuario, fresquito gracias al aire acondicionado y oliendo a vara de incienso, regalo de Diego.
Todo lo que me rodeaba me relajó muchísimo, estaba realmente tranquilo, mientras veía a Anai de coser aquellas prendas defectuosa que debíamos usar en la pieza.

El mismo fue fluido, rápido y sin mayores problemas.
No estuve atento a mí en todo momento, ni en dicción, ni en los cambios de vestuario, que por cierto no fueron un problema, me dejé llevar, estuve al servicio de la pieza, de Teo y de mi compañera.
Todo esto me llevó a que sin ser consciente de ello, ni tenerlo premeditado, me salieran gestos, posturas y actuaciones que no eran propias mías, sino de Teto.

Nos dio algunas indicaciones técnicas y poco más. Dijo que de ritmo, interpretación y demás había ido perfecto. Que Teo había vuelto a aparecer. Debo decir que el ambiente reinante y la escenografía me ayudaron mucho.
Por fin desaparecieron mis mariposas en el estomago, pero se las pegué a Salva. SI SALVA ES HUMANO, nos confesó que quería cambiar cosas, pero no lo hacía, porque eran los nervios propios de director antes de un estreno y sus inseguridades... que gracioso. Es pa comérselo.
Tras el ensayo recogimos pronto y a casa, con mi calabacín y mi berenjena gigante.
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