Tras embadurnarnos en gel hidroalcohólico, Dani y yo entramos, el jueves 27 de agosto del 2020,en la finca El Portón, de Alhaurín de la Torre, lugar donde Rebeca ejercía como anfitriona. Esta nos recibió, nos llenó de muestras de cariño, de risas, de buen rollo, tanto que hasta nos presentó al resto del equipo.
Luego llegó nuestro momento de intimidad en el Amazona, bueno realmente era la sala donde nos íbamos a cambiar. Entramos y allí reinaban la humedad, el calor y los mosquitos como aviones, eso sí, sillas, mesas o espejos había pocos. Pero todo nos daba igual, nos era imposible pensar con el derroche de felicidad y alegría de Rebeca, por cierto, estábamos rodeados de unas pinturas maravillosas.
Allí en aquella habitación cada uno acomodó sus cosas en un lugar de la sala, cada uno se hizo con su espacio y empezamos a sacar las piezas de vestuario que nos íbamos a prestar unos a otros. Yo le presté una bufanda a Dani y un cinturón a Rebeca, esta a mí un gorro y así fuimos completando los vestuarios.
Cada cosa que sacábamos era una fiesta por parte de Rebeca, una broma por parte de Dani y unas risas e inyección de energía por la mía. Había ganas de trabajar juntos, de pasarlo bien y de hacer y ser felices. En ese momento Rebeca nos contó su interesante viaje a la finca y en el mejor momento, nos avisaron para ejecutar lo peor de todo.
Ahora venía el peor momento de la tarde, el que yo no quería hacer y el que más miedo me daba, esto es, la parte técnica.
No me gusta el tema tecnológico en general, no lo entiendo, ni ganas y mucho menos me gusta en el mundo teatral, o sea, odio tomar decisiones, colocaciones de luces y sonido y por supuesto hacer las pruebas. No me suele gustar y menos cuando yo debo decidir sobre el tema, así que me hice un poco el tonto y entre que era Rebeca la que usaba todo el tema de luces y música y que el equipo técnico formado por Antonio y un chico joven era mucho más que maravilloso y estupendo, todo fue coser y cantar y repito, especialmente gracias a Antonio que iba resolviendo y solucionando fácilmente y siempre con una sonrisa todo los marrones que yo le iba proponiendo.
Rebeca negoció con los chicos la colocación de la máquina de humo y mientras la instalaban, tuvimos que esperar y como Rebeca estaba tan desbordarte de energía, buen rollo y ganas de trabajar, decidió ofrecernos a Dani y a mí su monólogo. Fue precioso, o al menos a mí me encantó.
Listos los humos, subimos a una terraza donde estaba la mesa de sonido y de nuevo gracias a Antonio todo fluyó, pues el pent con la música, que llevaba Dani, era compatible, al no llevar nosotros un técnico de sonido propio, este hombre se ofreció a hacerlo y ensayamos un poco los momentos de poner la música y todo quedó muy aclarado.
Ahora ya teníamos tiempo libre. Tiempo que ocupamos ensayando.
Se ensayó en un principio la pieza tal cual, empezando por la parte de Dani, luego hicimos su parte y la mía y yo hice mi presentación, pero luego no seguí. Yo controlaba lo mío, me preocupaban más las escenas entre compañeros y en eso nos centramos.
Repetimos varias veces el final de Rebeca, mi encuentro y diálogo con ella y después el enlace de ella con Dani y el diálogo de ambos, por cierto que nos reímos mucho. Y de ahí nos fuimos al final, que era la parte más importante, era la que más diálogo tenía, debía quedar clara, romántica, fluida, realista etc. Y la repetimos como 2 o 3 veces. Luego creo, que Rebeca volvió a hacer su baile y su monólogo y de nuevo un placer.
Para que veáis el buen talante y lo apañado que era el técnico os cuento esto. Cuando se inició el ensayo de la recepción del público por parte de Dani, le pedí que no se acercara mucho a la puerta de entrada, pues habían dejado allí amontonadas muchas cajas, y no quedaba bonito. Solo dije eso, pues coincidió que pasaba Antonio y sin ser su labor, se puso a sacar una a una todas las cajas del jardín. Me pareció una labor muy altruista y de colaboración por su parte muy bonita. Pero la cosa no quedó ahí, cuando el pobre estaba en su trabajo, fuimos a buscarlo para pedirle algunas de esas cajas.
Rebeca y yo tenemos un amigo en común, este estaba en plena mudanza y tras conocer la existencia de esas cajas nos pidió algunas y nosotros trasladamos esta petición a Antonio que no solo se dirigió a donde estaban, sino que nos abrió la puerta, nos ayudó a elegir las mejores y a transportarlas fuera del jardín y siempre con comentarios amables y una inmensa sonrisa.
Y ya que estábamos en la calle y nos sobraba un poco de tiempo, decidí comprarme un dulce, Dani me acompañó encantado, cosa que ya intuía, pero la nueva sorpresa fue que Rebeca... ¡¡¡¡También nos acompañó, comiéndose una loca!!!. Ella es muy natural y nunca la vi comiendo dulces, pero esa tarde sí.
Esa tarde todo era perfecto y allí sentados en un banco como tres chavales, nos comimos nuestra merienda. Dani nos comentaba que estaba un poco nervioso y ese fue nuestro tema de conversación, los nervios previos a una actuación.
Y a partir de ahí todo fluyó muy rápido, creo que al entrar coloqué todo mi atrezo, tuvimos un ratito libre, de relajación, repaso y concentración de cada uno, luego llegó Emilio nos saludó, charlamos algunas cosas con él y justo cuando íbamos a vestirnos, nos pidieron que si podíamos ayudar a decorar el jardín con velas.
Debo confesar que esa actividad me descolocó un poco, pues necesitaba tiempo para maquillarme, vestirme etc, de hecho me escaqueé un poco, pero Rebeca con su energía y Dani con su buen hacer, colocaron las velas con un ánimo y energía como si por cada una de ellas le dieran 50 euros.
El tiempo del inicio se acercaba y yo pedí empezar ya a vestirnos. Ese momento, con sinceridad lo recuerdo muy feo y os digo por qué.
Con esto de la pandemia, no quería estar mucho rato en sitios cerrados, ni sin mascarilla cerca de mis compañeros, ni mucho menos entrar en servicios públicos, así que esa labor que tanto me gusta hacer y disfrutar junto a mis compis, la hice solo, sentado en el auditorio, ya empezaba a anochecer y no veía bien como hacer mi maquillaje, nadie podía ayudarme, ni aconsejarme. No me gustó mucho como quedó pero a mis compis sí y luego fui el último en vestirme, aproveché el tiempo al máximo y que la sala estuviera ya vacía. Si mis compañeros ya estaban listos para actuar, yo podría vestirme solo y así fue, seguro pero triste y apresurado. ¡¡Qué fea y triste es esta nueva normalidad!! Al menos para mí.
Y como íbamos justo de tiempo, fue salir de la sala, hacernos algunas fotos y Emilio nos avisó que comenzábamos. Ahora a disfrutar.