Aquí estoy en la parada de la línea 2, esperando el bus para
que me lleve al Jardín Botánico.

Sé que mi compañera Rebeca está nerviosa lo ha dicho muchas
veces, pero yo, estoy relajado. Creo que excesivamente relajado y eso no es
bueno.
Pese a que en las condiciones en que estoy no son las más idóneas
para meditar y ponerse romántico, puesto que pega un sol de justicia, voy todo
de negro y cargado como un borrico. Pues pese a eso pienso.
Pienso en ese verano de 2016, concretamente en junio, llegué
al Botánico, GRACIAS A REBECA, de puntillas, para hacer un trabajo más, pero
todo cambió cuando conocí la magia del jardín que hizo que allí pasara unas noches inolvidables, lo pasé
genial jugando con mi Rafael Echevarría y viví unas de las experiencias
teatrales más chula de mi vida y cuando llegó septiembre y me fui, no sabía que
iba a pasar, si al verano siguiente se haría el espectáculo o no, si contarían
conmigo, etc. Pues ahora un año después aquí estoy, repitiendo otro verano más
en el Botánico, mi segundo verano. ¡Qué ganas!

Pues allá vamos. Ya estoy en el bus y aquí se respira a
gloria, porque ya han puesto el aire acondicionado. ¡Qué alegría!
Hace calor, pero yo contento, porque este calor me recuerda aún
más a mi verano del 2016 entre las
plantas y el verde del jardín.

Bueno continúo mi viaje, en bus, reflexionando, ahora un
poquito de música, para espabilar, porque llevo toda la tarde en casa de vagueo
y lo que es mejor de famileo.
Ya os contaré, porque hoy voy sin prisas por salir del
jardín. Voy a trabajar además no lo llevo todo cuadrado, ni controlado, pero
voy muy tranquilo.
Espero que se baje el señor que va delante mía, porque esta
acostado literalmente en mi asiento y está hablando a voces por teléfono.
Llegué al jardín muy puntual, a las 20:29, después de un
camino veraniego, oyendo a Fangoria.
Comienza el previo...
Ni veces que subido yo a ese linea.
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