Aunque seguía en el museo, ya andaba solo, así que se podría decir que en ese momento empezó la soledad del emperador del viernes 23 de diciembre del 2022.
Pese a que había llegado tarde, seguía siendo temprano para irme, medio desnudo como actuaba, a la calle, así que vi un mensaje de audio de mi amiga y cofrade Marina y lo oí.A partir de ese momento esta mujer dicharachera, mi alma gemela, me acompañó en los últimos momentos de vestirme, en el de caminar hacia el lugar de actuación y en la soledad previa a comenzar, que fue poco sola gracias a ella. Cosa que le agradezco porque sino hubiera sido eterna.
Íbamos de un audio a otro. Oía uno suyo, le grababa la respuesta, se lo mandaba, ella la oía, me respondía, yo la volvía a oír y así uno tras otro.
Ya todo fue hablar de cofradía, de ilusiones de Reyes, de vivencias navideñas, de recuerdos de infancia, etc.
Me fui transportando y viajando con esos audios de un lugar a otro. Desde recordar mis Semanas Santa de niño en la Peña Trinitaria, a la cabalgata de Reyes, a la historia de unos incensarios, así hasta que en un momento, apoyado en la base de la higuera que hay a la puerta del Museo Picasso, donde esperaba para actuar, caí en la cuenta de que no estaba para nada pensando en la actuación. Estaba en otro mundo y en otras cosas.No fui ni consciente de que había momentos donde llevaba la capa abierta, sin importarme que me vieran. También es cierto que esta vez no había fiesta pija en el Picasso y la plaza estaba bien solitaria. Además el calor, esa tarde, pese a la fechas en las que estábamos, era exagerado, tanto como para ir solo con medias, pantalón corto y camiseta con manga a la sisa, sin tener el más mínimo ápice de frio.
Tenía una excesiva calma chicha que podría haber dado resultado, debido a un exceso de confianza, a una mala actuación. Gracias a Dios no fue así.
Las ganas de empezar a actuar, eran máximas, tenía muchas ganas de meterme de nuevo en la piel del emperador y de disfrutar de esa tarde navideña, dando ilusión y magia a los niños, pero por otro lado no tenía el más mínimo gusanillo. Estaba como dice el chiste, a cero grado, sin frio, ni calor.
Como no tenía los nervios de ayer de¿ Saldrá bien sin haber ensayado?, ¿ Llegará el bus a tiempo?, ¿ Podré maquillarme? Hoy ya sabía que todas las respuestas eran positivas así que quizá por eso, esa emoción no estaba.O porque ese día tras la actuación había que devolver el vestuario y esperar que todos acabaran y demás, con lo cual terminaría muy tarde y no tenía la ilusión del día anterior de poder irme por ahí un rato.
O a lo mejor porque Marina me había recordado su mañana navideña/ cofrade con su padre que me había trasladado a la que yo también había vivido con la mejor compañía del mundo, la de mi madre.
Una mañana muy relajada de paseito por el centro para comprar el tronco de Navidad en Aparicio, visitas al Belén de las Penas, compras navideñas para los Reyes capillitas de mi hermano, galletitas para la Nochebuena, paseos, Navidad y esa emoción que a mí me reporta todo eso, que podría ser otra causa por la que prefiriera estar haciendo cosas navideñas que allí.
No lo sé pero emoción, nervios y ese gusanillo típico antes de actuar, esa tarde no estaba.
La hora de actuar se acercaba, informé de eso a Marina, nos despedimos, al poco llegó María José, me comentó que el grupo se acercaba, escondí mi móvil, hice 2 repasos y listo para empezar.
Lo que sí tengo claro es que entre el calor que hacía esa tarde, los recuerdos del paseo por la mañana con mi madre y tanto hablar de cofradía, no sabía si olía a mantecados, incienso o biznaga, ni si estaba en la feria, en la Semana Santa o en la Navidad.
Me ha encantado esta entrada.
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