Invitados por Paco entramos a dicha habitación. Era un estudio pequeño, un gran croma verde cubría casi toda la pared de un lateral y delante de este, una mesa larga y tres sillas, una para Paco y las otras para la rebelde y para mí. Empezaríamos grabando la lectura del Tenorio, todo estaba listo para ello. Frente a la mesa tres cámaras, muchos cables en el suelo, dos focazos, y en el otro lado de la habitación una especie de cajón desastre de piezas de escenografía de los programas que se graban allí, que si unas sillas, unas mesas, sofá, cuadros etc.
Adoro esa falsa realidad del mundo audiovisual, ese orden perfecto, ese mundo mágico donde interpretas y frente a ti dos frías máquinas que no te dicen nada, pero que recogen cada cosa que haces para luego plasmarla en una pantalla que el público verá como algo bello, sencillo y limpio pero que realmente, cuando grababas era un caos de cosas, luces, cables y gente alrededor. Ese momento de abstraerte de la realidad y darlo todo ante la cámara, que a muchos actores da miedo e incluso corta, a mí me encanta.Un escenario muy alto, muy amplio, un teatro muy lleno, un público expectante etc. A veces me ha producido mucho miedo, pero una cámara jamás, al contrario y debo decir que me enfrentado desde la cámara de video casera que antes teníamos todos o móviles, hasta cámaras profesionales de producciones de un millón de euros, pues nada nunca he sentido miedo.
Yo iba allí a pasarlo bien. Mi planteamiento de la mañana era el siguiente: Se grabaría la introducción de cada escena que leía Paco, luego cortaríamos, leeríamos María José y yo dicha escena como calentamiento, Paco nos marcaría indicaciones sobre nuestro trabajo, se afianzaría y ya listo pues a grabar. Grabación que se haría con la seguridad de que se podía parar. Y una vez esta lista, pues otra escena con similar procedimiento y así poco a poco. Pero ya digo, nada más lejos de la realidad.
Yo que iba a disfrutar el texto, masticarlo, trabajar con Paco, amarrar todo, compartir con María José y lucirlo, pero de pronto aquello era una carrera, un todo o nada y claro me puse nerviosillo, como bien le hice saber a María José cuando ya estábamos en la mesa, microfonados y dispuestos a empezar, comentario que ella apaciguó con una sonrisa y un gesto dulce con su mano.
Pero sigamos el orden cronológico, como no podíamos perder ni un segundo, nada más llegar nos cambiamos de ropa, yo para tener el máximo de seguridad, evité meterme en el baño y lo hice en el estudio. Una vez vestido y enjoyado, nos pusieron los micros que fue algo parecido a meterse en el ojo de un huracán. Nos sentamos y como el cámara no venía aprovechamos para hacer un repaso del texto.
Como no sabíamos bien cuando acababa la presentación de cada escena de Paco, yo sugerí apuntar al inicio de cada escena las 3 ultimas palabras que Paco decía y así poder empezar con toda seguridad, sin esperas, sin miradas o sin señales para hacerlo. Truquillos que el público no ve y que a María José le pareció una gran idea.
Nos dieron la señal y empezamos, el avión despegaba y ya no había forma de pararlo.
¿ Cómo me sentí? La verdad que bien, pero estuve en mí mismo, no favorecí a cámara en ningún momento, no tuve en cuenta a mi compañera nunca, me faltaron miles de miradas tanto a ella como a la cámara, pero en mi cabeza había un incesante martilleo que decía una y otra vez: " Lolo no te trabes, Lolo no te líes, que como lo hagas vas a fastidiar el trabajo de todo este equipo y lo peor de todo, Lolo no cambies "s" por "z" o "c", porque no van a parar. Si te trabas o te lías lo mismo paran pero si vocalizas mal, no y eso va a quedar para siempre". Claro cuando el 50% de tu cabeza está ocupado por eso... el resto, pues, hice lo que puede.
Creo recordar que hice todos los matices y cambios de emociones que Paco me había marcado aquella tarde en el Grand Café. Mientras leía todo me parecía que sonaba como lo había ensayado y fijado en casa, yo podía estar más nervioso, más seguro o menos, no lo sé, pero lo que iba oyendo sonaba como quería. Hice el Don Juan que yo quería , pero claro no lo estaba saboreando, sino que lo iba luchando, de hecho acabé sudando y a medida que el texto avanzaba en vez de ir más sereno, iba más nervioso pues al final no podía fallar.
Después de un pequeño corte y no por nosotros, la grabación acabó. Yo estaba como si hubiera corrido los 100 metros lisos, agotado y casi sin saber que había pasado. Acabé contento pero la retroalimentación por parte de los presentes no fue muy animada y por tanto, Mister Inseguridad se hizo presente y mil y una dudas me asaltaron sobre mi trabajo, pero pasé página pronto y a otra cosa mariposa.
Suena a muy complicado de realizar. Enhorabuena maestro.
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