El domingo 8 de diciembre del 2019, iba al ensayo de Los cuentos navideños de Andersen con la mosca tras la oreja.
Era el santo de mi madre, mi amigo Emilio me había invitado
y al decir invitado quiero decir totalmente gratis, a presenciar un concierto de Diana
Navarro en el Teatro Cervantes y eso son palabras mayores, además mi amigo
David de Murcia estaba aquí en Málaga pasando el puente, y yo dejaba todo eso para irme a ensayar un domingo más al Centro de Ciudadanos Antonio Sánchez en
Nueva Málaga, fui única y exclusivamente por demostrar mi
responsabilidad y mi respeto al público, y ahora os explico el por qué.
La pieza estaba muy atrasada, bueno la pieza no, pero mi cuento la verdad que no estaba en condiciones de ser mostrado al público y este era el último ensayo. El primero que lo llevaba mal era yo, todo hay que decirlo. Sinceramente os digo, aunque suene mal, que si yo lo hubiera llevado perfecto esa tarde hubiera faltado. Sabía que con mi experiencia y por la dificultad del papel y la pieza, que era mínima, si tenía que salir a escena sin ensayar ni una vez más lo iba a resolver y la cosa iba a ir bien. De hecho mis compañeros estaban para comérselos, de nuevo digo que Ángel y José tenían unos personajes maravillosos, pero todos nuestros movimientos eran ilógicos, estaba todo muy sucio, a los personajes no se les estaba sacando la gracia que tenían y lo peor era que no se le estaba dando a la pieza el ritmo o la unión con el público que merece una pieza infantil, así que, por respeto al público que nos iba a ver, decidí ir al ensayo.
¿Y por qué llevaba la
mosca tras la oreja? Pues porque pensaba que como estaba pasando desde hacía
dos semanas, no íbamos a ensayar, sino que solamente íbamos a hacer nuestro cuento
cuando nos tocara y adiós. Si esta vez pasaba eso iba a montar un pollo porque debíamos dejarnos, ya, de cachondeos y ponernos
a trabajar, pero las cosas se desarrollaron de una forma que me quedé con la
boca abierta.
Yo hubiese querido repasar, rematar, calentar
y ultimar el personaje en casa, pero tras una comida familiar con motivo de la onomástica
de mi madre, esta, mi sobrina y yo, nos apoltronamos en el sofá, con el árbol de
Navidad encendido, comiendo Conguitos y acurrucados en la manta, nos tragamos una
película familiar, por tanto, fue terminar, cambiarme y marcharme al ensayo. No recuerdo ya a qué hora llegué pero
creo que no fue muy tarde.
Cuando entré en la sala de ensayo, había mucha fiesta y
algarabía pues un compañero que
ahora vive en Madrid había vuelto y todos querían saludarlo y abrazarlo,
además parecía que el ambiente navideño estaba presente pues había mucho jaleo,
pero como mi objetivo era el de trabajar le pedí a Ángel que mientras esperábamos para subir al escenario y actuar saliéramos
fuera a ensayar solos, y ya digo, me quedé con la boca abierta, porque este, rápidamente, no solo aceptó mi propuesta sino que fue
reclutando a todos los compañeros.
Después, a lo largo de la tarde, fue él el que
marcó el número de veces que repetimos el cuento, además a todo aquel que se
acercaba y nos decía que le gustaba el cuento, Ángel me daba el mérito,
pues les decía a todos: “ Eso Lolo que como sabe, nos ha estado diciendo lo que
teníamos que hacer, nos ha metido cosas, chistes, movimientos y por eso ha
salido así de divertido” La verdad, que estaba como un niño con zapatos nuevos
y esa ilusión, entrega y ganas de trabajar nos la inyectó a todos.
Pues bien, mientras el resto de compañeros observaba a los que
actuaban, Blas, Ángel, José y un servidor nos fuimos al hall y tras la puerta de la
sala de teatro nos pusimos a ensayar.
Hicimos un primer pase, quedó horrendo, pero los compis
estaban contentos con el resultado, Ana que había ido a vernos, se sentó frente
a nosotros y nos dio algunos consejos, se volvió a hacer otro pase siguiendo
los consejos de esta y de nuevo quedaron contentos, pero el resultado fue igual
de malo. Entonces cuando ya no aguantaba más, pues quise estar callado y no ponerme en plan director pero no podía y decidí meterme. Me daba vergüenza decir nada porque José también es actor profesional y me daba corte darle indicaciones,
pero las acogió con todo su cariño y me encantó su comportamiento.
Introduje algunos cambios,
por ejemplo, limité zonas de actuación, decidí donde estaba el taller y donde
mi trono, metí movimientos y gestos para Ángel y José, cosillas y
comportamientos que dieran lugar a chistes o bromas y sobre todo generé contacto
visual con el público para que fuera todo más infantil y que los niños entendieran
mejor el mensaje.
Con los cambios, hicimos un pase más, no quedó muy mal y yo
sutilmente pedí otro pase y lo que más me sorprendió fue que mis compañeros
aceptaron mi propuesta de inmediato, hicimos dos más y cuando íbamos a por el
tercero nos llamaron para actuar. Entramos, lo hicimos y la verdad que a
nuestros compañeros les gustó un montón, hicimos un solo pase, pero
con parones para explicar los cambios. Edu aceptó con mucho agrado dichos
cambios y los compañeros no paraban de reir. Ya dije que el cuento era
divertido y que los personajes de Ángel y José eran maravillosos pero ahora al
estar todo más claro y limpio quedó mucho más divertido.
Salimos de la sala de ensayo y como todo marchaba bien yo
pensé en marcharme, pero Ángel nos pidió hacer dos nuevos pases más y los
volvimos a hacer. A esa altura yo ya me quería marchar pues tenía muchas cosas
que hacer pero creo que lo repetimos una vez más y sobre todo me puse a
trabajar con el niño pequeño que salía al final, repetimos su frase unas cuatro
veces y a casa.
Me fui muy orgulloso de mis compañeros, de cómo había
quedado el cuento y de la tarde tan trabajadora que tuvimos.
Volvía más
tarde de lo esperado, contento, pero corriendo, pues quería ir a ver la inauguración del
Nacimiento de San Pablo con mi madre y su amiga Pili y posteriormente de cena
con David. La verdad, que me dio tiempo a hacerlo todo y orgulloso por haber
sido responsable y trabajador.
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