Si el viaje de Málaga a Sevilla fue una auténtica montaña rusa, el previo al inicio de La cena de las emociones, fue como subir el Tourmalet ( para los que no entienden de ciclismo es una de las peores puertos de montaña del Tour de Francia, yo lo sé porque lo he oído decir siempre a mi hermano, pero yo de eso entiendo poco).
Bueno, fue menos montaña rusa, ya que consistió en una enorme subida, para bajar empicado y acabar en un valle, plano, soso, casi agonizante que se hizo eterno e inexplicable. Yo tampoco conduzco, pero dicen que el peor lugar para conducir es una autopista donde todo es plano y seguido, dicen que se hace eterno, pues igual fue el previo.Era la primera vez, bueno la segunda. La primera fue en 2008 cuando viajé a Sevilla para ver a Madonna, pero hacía ya tantos años que puedo decir que era la primera vez que llegaba a Sevilla por la estación de San Bernardo.
Salí y no sé por qué pero me llené de vida, sentí una bocanada de aire, maravillosa. Sevilla estaba veraniega, primaveral.
No conocía a donde llegaba, calles anchas, edificios altos y modernos, otra cara de Sevilla totalmente distinta a la que suelo ver.
Estaba solo, y no me importaba, me sentía feliz, la música en mis oídos, haciéndome fotos para Instagram y hablando por WhatsApp con el grupo y mi gran amigo.
Según Google, en 8 minutos estaría en el hotel, pero no, mucho menos. De pronto, reconocí la glorieta que vi a lo lejos y al fondo, el rótulo del hotel. Ya había llegado.
Era aún temprano. Mi amigo acababa de salir del hotel y el resto iba en el coche, entrando a Sevilla, así que busqué, para celebrarlo, donde comerme un buen dulce.
Iba a llegar el primero, tenía ganas de llegar y esperar, estaba eufórico.
Solo encontré un supermercado, me compré uno. Dulce que segundos después tiré a un jardín, aquello estaba duro y asqueroso.
Mandé unos audios rápidos y excitado al grupo del elenco. Una foto en la puerta del hotel y entré.
Y ahí caí empicado. La acogida que recibí no fue ni mucho menos la esperada. Frialdad, seriedad y hasta quejas. Había llegado el último y alguien muy importante para mí me recibía así.
No lo entendí. El resto de horas, 3 concretamente, hasta que comenzó mi soledad, fue ese valle, largo, plano, lento, frío y silencioso.
Me uniformé en un rincón del hall del hotel, bajé, solo, al salón/ comedor, saludé al resto de compañeros , descargamos y comenzamos el montaje.
El montaje se hizo en dos partes, pues las mesas no estaban colocadas como quería la organización y hubo un pequeño parón para la negociación. En ese tiempo de descanso, hubo merienda, yo no, espera y alguna desesperación, porque desde el hotel no hacían mucho caso a mis necesidades de montaje.
Seguimos el montaje, lento, denso y sobre todo silencioso. Nada era como siempre.
Hubo charlas, pero no sé. Todo "eso" generó un caos en mi cabeza, que no fue para nada normal.
Y "eso" es algo de lo que no quiero hablar más, porque es personal e íntimo y depende de otras personas, pero me hizo tener un caos en la cabeza, una desubicación, un descontrol que no fue normal. Pero también, y gracias a Dios pude reponerme y seguir adelante.
Bueno ese seguir adelante se podría traducir como que tenía la esperanza que de pronto todo iba a cambiar y volvería a subir a lo más alto del monte y ser como siempre, pero no fue así.
Valle, valle y más valle, silencio, silencio y más silencio.
Acabamos pronto, sobró tiempo. Como en la cena anterior hubo algunos líos con los textos, nos reunimos en un salón a ensayar. Se hizo repaso entero de texto. Por cierto, me gustó hacerlo porque después de la pasada visita a Córdoba se había creado un muy bien rollo con los compis.
Entramos tras el ensayo y Elena se reunió conmigo, para hablar. Ella es jefa, pero también compañera y amiga. En esta ocasión demostró sobre todo su tercera faceta. A mí me vino de lujo.
El tiempo apremiaba y llegó la hora de vestirme y maquillarme y ahí empezó mi soledad.
Sevilla, sábado 28 de septiembre 2024.
He podido sentir el astio, el aburrimiento y el aire maravilloso de Sevilla
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