Había que darle caña al texto de El convidado de piedra y el último ensayo me lo había dejado claro.
Ya no era ni por aprenderlo, ni por ego, ni por mi, ni por nada ya es que había que estudiarlo bien pues quedaba solo un ensayo. Sería doble, pero solo quedaba ese.Aunque esta vez contaba con algo importante, la motivación.
Ahora sí había pillado mi personaje, ahora sí sabía la forma en que me iba a comportar en cada escena, ahora sí entendía la obra, ahora sí tenía en mi cabeza qué ocurría en cada momento, quién era yo, quienes eran los otros, cual era mi relación con todos.
Lo más importante era que ya podía ver la obra en mi cabeza, estructurada por las escenas, qué ocurría en cada una y cuál era mi papel en ellas.
Eso me llenó de matices y de ganas de salir, de hacer gestos, posiciones, parones o interpretaciones del texto de una forma u otra.
Además ya entendía el texto, sabía su riqueza, su juego y lo mejor, sabía que era un texto rico, precioso, que podía lucir, que haría lo posible por humanizarlo y hacerlo que se entendiera, o sea, que tenía una joya en mis manos para poder trabajar.Por tanto, me dediqué a repasar y repasar y machacar y machacar como a mí me gusta hacer cuando algo me atrae. Mil veces y por todas partes.
Como se puede ver en las fotos de esta entrada no paraba con el texto, estudiando por ejemplo en un parque solitario del Puerto de la Torre antes de entrar al cole.
También dediqué todos los ratos libes a hacer repaso con texto en la mano, para aprenderme bien mis pies, el texto literal y no inventar ni marear a los compis. Otra cosa que hice y trabajé a destajo fue saber los pies de los otros y en qué momentos entraba o hablaba yo.
Esto estaba tomando un matiz que me encantaba ahora tenía motivación e ilusión y con esas dos armas casi siempre se gana cualquiera batalla teatral.
Málaga, octubre de 2024.