Corriendo, pero feliz y a su paso característico, Arlequin, como un cohete, abandonaba la sala de actuación y para evitar un aire acondicionado casi siberiano, andando rapido me fui al camerino del antiguo Conservatorio María Cristina. Esos camerinos me encantan.
Cómodos, espaciosos, limpios y donde todo puede estar muy bien organizado.
Mis compañeras estaban terminando de arreglarse y yo como un rayo, entré, me fui al baño, donde solito me gusta cambiarme, me quité toda la ropa de Arlequin, me puse las mías, las guardé y me desmaquillé.
Pensaréis que esa última parte es horrible y pesadísima, pues no. Ese maquillaje al agua es mágico. Un poco de jabón en la mano, agua, me restriego suavemente, más agua y cara lista. A secarse.
Cuando acabé ya estaba allí Edu, me dio mis cosas, yo las suyas y a la calle.
¿ Cúal fue la mejor recompensa de ese día de curro? Lo mío, los aplausos, la actuación, pues no fue que tras un paseíto relajado por los jardines de la Catedral, donde escribí la crónica de la actuación, me fui a la Peña Trinitaria.
Allí me esperaban nada más y nada menos que mi padre, Pablo y mi super sobrina feliz por su nuevo peinado y mi super super mamá que había estado toda la tarde con ella.
Y como en Málaga el clima es estupendo, pese a ser octubre disfrutamos de una maravillosa cena a la luz de la luna. Eso sí es felicidad.
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